jueves, 22 de agosto de 2013

Yo opté a niño prodigio de la televisión (y, por suerte, no lo logré)

Vuelven los formatos televisivos con niños como protagonistas. Me refiero al original Masterchef junior (TVE), cuyo casting está casi cerrado. O La Voz Kids (Telecinco), del que no se sabe demasiado. Vuelven los más pequeños de la casa a dominar el prime time de las cadenas españolas. Y con estos dos programas, pasan por mi cabeza momentos vividos, recuerdos de mi infancia en la que opté a niño prodigio de la televisión sin lograrlo. Y me ha apetecido explicarlo en este blog que me ha devuelto las ganas de escribir.




De José H. Chela, columnista fallecido del periódico El Día, recuerdo el sabor de sus textos. Y la moral periodística hecha palabra. Un día escribió que a nadie le importa lo que le pasa día a día a un redactor. El periodista, decía, debía escribir sobre otras historias. Y buscar el interés general. He cumplido a rajatabla esta visión. Pero hoy, que me perdone el lector, no lo voy a hacer. Hoy me toca algo, poco pero algo, de autobiografía.

Resulta que a mí un día, por si no lo saben, se me ocurrió ir al programa Menudas Estrellas, el formato buscatalentos infantil producido por Gestmusic, emitido por Antena 3 y presentado por Bertín Osborne. Después de descubrir entre los seis y diez años que tenía la suficiente memoria como para interpretar canciones, medio en broma, decidí con el permiso risueño de mi madre, llamar al contestador del programa. Una voz grabada me pedía mis datos personales y el nombre del artista al que quería imitar. Ni idea. Me quedé en blanco. En una repisa de mi casa pude ver una cinta de un “tal” Nino Bravo. No me corté ni un pelo. ¿Artista a imitar? Venga, vale: Nino Bravo.



Ahí quedó todo. Meses después, tras pasar un domingo fuera de casa, llego al teléfono fijo y compruebo que tengo un mensaje en el contestador. Me ofrecían la posibilidad de viajar a Gran Canaria a realizar un casting para el programa Menudas Estrellas. Ni me lo creí. Mis padres se quedaron como paralizados. Pero accedieron. Mi madre y yo viajamos por primera vez a Las Palmas. Tuve que aprenderme en pocos días algunas canciones de Nino Bravo. Y las interpreté en un salón de hotel frente a una cámara y una chica simpática que me animaba a sonreír.

Semanas después volví a otro casting. Y un mes después… ¡Sorpresa! ¿Miguel Ángel Reyes? Has sido seleccionado para participar en el programa Menudas Estrellas.

Viajé a Madrid. Canté. E hice amigos. Conocí la televisión por dentro y me enamoré de ella. El jurado me seleccionó y llegué a los cuartos de final del programa. Volví a cantar. Y acabó el concurso para mí. Pero tras él, con su emisión, la gente me quería, me besaba por la calle… Los niños me llamaban “América”, tema que interpreté sin entender demasiado la profundidad de su letra. Y me abrió las puertas para conocer, también por dentro, el mundo de las televisiones locales canarias.

Me ofrecieron, con 11 años, cantar para hacer ganar dinero a mis padres. Ellos, por fortuna, se negaron y no permitieron que acabaran con mi niñez. Desde entonces, me preparé de forma teórica en el mundo de la música, a la que debo tanto y tanto.

Hoy, con estos nuevos formatos de televisión, creo que, bien llevados y orientados, pueden ser una oportunidad para que los niños vivan grandes experiencias. Pero, ¡cuidado! El dinerito duele. Mata ilusiones. Arrebata seguridad en uno mismo. Y obliga a sonreír cuando por dentro un niño solo quiere llorar.

Niños en la tele, sí. Pero lo justo y bien cuidados.


NOTA: PERDONEN USTEDES SI MI HISTORIA LES HA PARECIDO ABURRIDA. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Viaje al centro de la Tele

Y escribo Tele con mayúscula porque se lo merece, porque en no pocas ocasiones el ruido incómodo de contertulios gritones – de debates políticos, futbolísticos o del corazón – acaba aplastando grandes proyectos televisivos que merecen ser aplaudidos. En Televisión Española, por ejemplo, triunfó y seguirá triunfando Isabel, una serie que llegará incluso a la BBC británica.  Ha sido un ejemplo de entretenimiento de calidad y con un clarísimo enfoque de servicio público: reforzar el conocimiento por la historia de nuestro país más allá de la obsesión cinematográfica por la Guerra Civil.


Historia que nos sirve para recordar lo que fuimos y aprender de los errores cometidos para intentar no repetirlos. Historia como parte fundamental de la vida de una nación. Historia en televisión para entretener y educar. Esa es la base del programa Viaje al centro de la tele (martes a las 23.20 horas, una hora menos en Canarias), también otro éxito de TVE. Para quien no lo haya visto: se trata de un formato de zapping de fin de semana basado en el amplísimo archivo documental de la cadena. Pero no es una sencilla sucesión de imágenes: el montaje del programa está cuidadísimo, los textos que narra la voz en off complementan a la perfección las imágenes con ironía y sencillez. Y además los elementos visuales de transacción son dibujos creados por el genial Forges.

El programa nos enseña la evolución de ciertos temas a lo largo de las últimas décadas en nuestro país: la música, el turismo, las tradiciones… Al fin, un programa que trata con delicado respeto a los mayores horteras que han pasado por la tele pública. Un formato que dice mucho de los profesionales que trabajan dentro de la casa y que con su esfuerzo y originalidad superan a las noticias negativas sobre RTVE que publican a diario los medios de comunicación.


Viaje al centro de la tele, una excursión por la historia de España a través de lo emitido en TVE, un paseo que nos invita a sonreír delante de la caja tonta. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Yo defiendo la televisión pública










Desprestigio. Campañas para dañar la imagen que hieren no a un directivo sino a una pieza fundamental de la democracia. Nadar en la superficie de un problema cuando en el fondo existe otro debate con mayor peso. Estimar que lo público desaparecerá desde los balcones de nada más público que las casas políticas. Las televisiones públicas son constantemente insultadas.

En estos tiempos que corren, todo se resume demasiado rápido. Todo se soluciona con la dimisión en bloque de cuantos cargos públicos conocemos. El fin de la crisis acaba por meter en la cárcel a cientos de miles de españoles que se han burlado de alguna manera del Estado. He oído decir: los niños con problemas de corazón tendrían mejor cobertura sanitaria si no existiera la televisión pública.

Leyes de causa-efecto demasiado simples. La crisis nos ha hecho perder el norte. Seamos justos: las televisiones públicas generan interés por la democracia. Hacen, o al menos deben hacer, que los ciudadanos se sientan parte de una comunidad. Y logran en mayor o menor medida, según sus contenidos, que el espectador mejore su calidad de vida.

Seamos justos y además prácticos: una televisión pública puede explicar al ciudadano que no debe hacer ningún tipo de fuego en los días de altas temperaturas para evitar que su pueblo acabe siendo víctima de las llamas. ¿Queda claro? Espero que no, porque no es tan sencillo. Demos un paso más en el razonamiento: no basta con informarle, hay que convencer a ese vecino para que no encienda una hoguera durante la ola de calor. ¿Cómo?

Ni mucho menos haciendo desaparecer las teles públicas. Esas televisiones deben informarle y convencerle con los mejores y más sólidos argumentos. Es la pedagogía mediática (No es tan complicada si se repasa la retórica de la Antigüedad Clásica). Volviendo al ejemplo de la prevención de incendios: sería necesario un reportaje en el informativo en el que se recuerden incendios ya pasados y sus consecuencias motivadas por la imprudencia del ciudadano desinformado, explicación meteorológica para entender  cómo una simple hoguera puede acabar siendo el mayor incendio del verano, balance económico de las campañas de sensibilización contra el fuego…

El médico opera para mejorar la salud del ciudadano. El profesor enseña para que el joven alumno avance en su vida y sus sueños. El carpintero hace sillas para que el vecino se siente cuando esté cansado. Y el periodista informa para que el espectador se sienta para de un todo y ayude en el avance social. La garantía de ello la dan los medios públicos.

Dicho esto, el papel de la televisión pública es necesario. Otra cosa  bien distinta es que critiquemos el modelo de gestión, el uso indebido de sus ondas, los caprichos de algunos de sus directivos…. Pero no destruyamos un bien que nos hace, o podría hacernos, mejores habitantes del lugar en el que vivimos.