Nos quieren radicales, por ambos lados.
Radicales para dejarnos llevar por el sentimiento de odio, de repulsa al otro, del "nosotros" contra el "ellos".
Nos quieren radicales y así ganan. ¿Acaso vemos la tele para profundizar en argumentos espesos? ¿O para que nos remuevan el estómago con ligeros contenidos? ¿Hablamos de independencia o de deuda? No: veamos qué banderas entran en un estadio. ¿Ya no existe el paro juvenil? ¿Por qué los políticos no nos proponen todos los días soluciones para esta lacra social?
Porque los partidos con opciones quieren movilizar al país a través de los sentimientos. Tanto a izquierda como derecha. Nos quieren defensores a ultranza de unas siglas. Y la tele ha aprendido la lección: divide un país en dos, huye de la palabra acuerdo o demonízala, y entonces tendrás millones de personas con el mando de la tele quieto, sin hacer zapping. ¿Acuerdo razonable? No. Guerra de insultos, batalla de estupideces y tuits. Mejor: más audiencia, más publicidad, más dinero.
Nos quieren radicales y no nos damos cuenta. Nos quieren enfrentar en las comidas familiares, con los compañeros de trabajo, con los vecinos y con quien nos tomamos el café cada mañana.
¿No lo ven? Sí. Nos quieren radicales. Pero mi voto será sensato, calmado y razonado. El corazón y los sentimientos los dejaré en casa el 26 de junio.
Editorial El País: IRRESPONSABLES
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