¡Qué te lo has creído! No te lo pienso decir ni a ti, querido lector, ni a nadie. Es una de las pocas cosas en la vida que prefiero reservarme. Puedo decir, discutir, criticar, mostrar mi hartazgo para con todo, pero, eso sí, VOTO, y siempre, siempre, siempre votaré.
¿Por quién? Por todos aquellos que un día decidieron plantar cara a la difícil realidad y, con amenazas de muerte incluidas, optaron por luchar por lo que le correspondía. Por quienes un día quisieron que yo tuviera derecho a votar. Por quienes un día dijeron basta, también quiero formar parte de este juego. Porque creo que la democracia es precisamente eso, un juego, como el parchís, pongamos por caso.
Cuando uno juega al parchís con personas con las que nunca antes lo había hecho, tiene que hacer preguntas: ¿nos podemos matar entre compañeros? ¿el primero que logra ver en su dado un 5 saca doble ficha? ¿pueden hacer barrera dos del mismo equipo? ¿si mato dos fichas seguidas cuento 20?
¿Y si alguien que pasa por nuestra mesa mientras echamos un parchís empieza a decirnos cómo debemos jugar? ¿Nos molesta? Un poco, ¿no? Si no estás jugando, si no quisiste jugar, ahora no vengas a decirnos cómo tenemos que hacerlo. Al final, las normas las ponemos quienes jugamos, las reglas las establecemos nosotros, quienes queremos participar del juego... Y si no nos ponemos de acuerdo, será la mayoría la que tenga la razón.
Pues lo mismo, tengo la sensación, ocurre con quienes no votan y luego se quejan. Si este domingo no depositara mi sobre en la urna con mi voto (se incluye voto en blanco como voto), ¿con qué derecho podré luego jugar a mi deporte favorito: quejarme de los políticos y sus decisiones?
¿Por quién voy a votar este domingo? Por quienes un día decidieron que todos teníamos derecho a jugar.
¿Por qué voy a votar este domingo? Porque me gusta jugar al parchís.
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